Un asesinato literario

Un asesinato literario

Author:Batya Gur
Language: es
Format: mobi
Tags: Novela Policiaca
Published: 2010-12-29T23:00:00+00:00


Capítulo 7

Racheli miró al hombre de piel oscura sentado frente a ella; sus dedos largos e inquietos, que jugueteaban con el bolígrafo y el paquete de tabaco, las mejillas bien afeitadas y los marcados pómulos; y, por fin, haciendo acopio de valor, lo miró directamente a los ojos oscuros y profundos, que no le quitaban la vista de encima. Pero no fue más que un segundo, luego volvió a contemplar la escueta habitación, el viejo escritorio de madera, las dos sillas, el armario metálico, la ventana que daba a un patio de la comisaría del barrio ruso, y una vez más dirigió la mirada hacia los ojos castaño oscuro que la observaban de hito en hito.

Era muy consciente de su situación de privilegio. La habían elegido entre todos para ser la primera. Él la había llamado, este hombre alto con hilos de plata en el pelo, a ella precisamente, y no sabía por qué.

Adina Lipkin palideció, a punto de quejarse, cuando indicaron a Racheli que entrara en el despacho, pero él fingió no advertir su enfado. El profesor Shai no se movió ni cambió de expresión. Cuando poco antes de que dieran las ocho Racheli llegó al Departamento de Investigación Criminal del barrio ruso, siguiendo las instrucciones recibidas por teléfono la noche anterior, Tuvia y Adina ya esperaban en la antesala, en sendas e inestables sillas de madera. «Como pacientes en la consulta del médico», pensó Racheli, «o estudiantes aguardando los resultados de un examen decisivo». Tuvia Shai tenía el aspecto de quien se ha resignado a lo peor.

Racheli logró echar un vistazo a su reloj a escondidas del hombre que tenía enfrente. Sólo llevaba allí un minuto, aún no habían pronunciado una sola palabra y un súbito pánico se apoderó de ella ante la idea de que iban a acusarla como a Joseph K., el personaje de Kafka, y al mismo tiempo la dominó la incertidumbre: quién sabe si en realidad no había hecho algo malo. El hombre alto le ofreció el paquete de cigarrillos y ella lo rechazó con un gesto. La garganta se le resecó aún más y comenzaron a temblarle las manos.

Luego él rompió a hablar. Tenía la voz queda, apacible. En primer lugar se informó sobre su trabajo en la secretaría del departamento, sobre lo que hacía fuera del trabajo y sobre su familia.

Ella se sorprendió respondiéndole para agradarle. Echó otra ojeada furtiva al reloj; habían pasado cinco minutos y él ya lo sabía todo. Que estudiaba psicología, que vivía en la calle Bnei Brith, con una compañera de piso, que había roto con su novio, e incluso que sus padres ansiaban verla felizmente casada a su «avanzada edad». Él sonrió ante aquella expresión y asintió, como si sus padres también hubieran sido así. Ella se preguntó si estaría casado. No llevaba anillo, pero Racheli ya sabía, a sus veinticuatro años, que no todos los hombres casados llevan anillo.

Sin saber cómo, comenzaron a hablar de Tirosh y del departamento. Él había manejado la situación de tal manera que, en breves segundos, Racheli se lanzó a contarle todo lo referente a Adina Lipkin.



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